domingo, 30 de diciembre de 2012

Krishnamurti ~ Amor.







Mi Maestro me ha enseñado que el Amor vuelve al hombre capaz de conseguir todos los otros requisitos, y que todos los demás, sin el Amor, no serían jamás suficientes. Por esto nadie debería trabajar como educador - a nadie le debiera estar permitido - a menos que no hubiera demostrado, en su vida cotidiana, que el Amor es la más fuerte cualidad de su naturaleza. Se podrá uno acaso preguntar: ¿Cómo podemos nosotros estar seguros de si una persona posee el suficiente grado de Amor que la haga digna de ser educadora?. De la misma manera que un niño, desde sus primeros años, manifiesta su natural aptitud por una profesión o por otra, así una naturaleza claramente afectuosa debería indicar que el niño está particularmente adaptado para convertirse en instructor. Tales muchachos deberían estar deliberadamente destinados a la carrera docente, del mismo modo que se destinan otros jóvenes para otras profesiones.

Los muchachos que están preparándose para emprender una profesión cualquiera, hacen vida común en la misma escuela, y solamente si su vida de escuela es feliz podrán ser útiles a la nación cuando sean hombres. El muchacho es, por naturaleza, feliz y si conseguimos que tal felicidad pueda continuar creciendo, sea en la escuela, sea en casa, entonces él se convertirá en un hombre capaz de hacer felices a los demás.

Un docente lleno de amor y de simpatía, atraerá a los muchachos y hará placentera su vida de escuela.

Mi Maestro, dijo una vez: «Los muchachos están muy deseosos de aprender, y si un docente no logra interesarlos y hacer que amen las lecciones, es señal de que no está dotado para ejercer la enseñanza y debería elegir otra profesión». Además, añadió: «Aquellos que son míos, aman enseñar y servir.

Ellos buscan, ansiosos, toda ocasión de servir, del mismo modo que el hambriento busca alimento y siempre vigilan para aprovechar la ocasión apenas se presenta. Su corazón está tan repleto del Divino Amor que se les desborda y deben continuamente esparcirlo entre aquellos que les rodean.

Solamente éstos están adaptados para ser docentes - aquellos para los cuales enseñar no sólo constituye un sagrado e imperioso deber, sino también el más grande de los placeres».

Un profesor que sepa captar las simpatías de sus alumnos, logra hacer surgir todas las buenas cualidades, y su cariño hace que ellos no le tengan miedo. Cada muchacho, entonces, se manifiesta tal cual es, y el profesor está en grado de escoger el camino que mejor se le adapte y de ayudarle a seguirlo.

A un profesor así, sabiendo el alumno que va a encontrar simpatía y benevolencia, le expondrá todas sus dificultades y en vez de esconder las propias debilidades, estará contento de contarle todo a aquél de cuya amorosa ayuda está seguro. Un buen instructor recuerda su propia juventud, y así puede sentir al unísono con el muchacho que recurre a él.

Mi Maestro dice: «Aquel que ha olvidado su niñez y no está en consonancia con los niños, no es el hombre apto para enseñarles y ayudarlos».

Este amor del profesor por su alumno, amor que protege y ayuda, provocará de retorno amor por parte del muchacho; y puesto que este último admira a su maestro, un amor semejante asumirá la forma de reverencia. Una vez manifestada, la reverencia crecerá en el muchacho con el transcurso de los años, convirtiéndose en costumbre el percibir y reverenciar la grandeza; y así, con el tiempo, lo conducirá acaso a los Pies del Maestro. El amor del niño por el instructor lo hará dócil y fácil de guiar, y así no surgirá jamás la necesidad del castigo. De este modo desaparecerá una de las grandes causas de temor que actualmente envenenan las relaciones entre docente y alumno.

Todos aquellos de entre nosotros que tienen la felicidad de ser discípulos de verdaderos Maestros saben cuáles deberían ser estas relaciones.

Nosotros sabemos con qué admirable paciencia, dulzura y simpatía, Ellos nos acogen siempre, también cuando pudimos haber cometido errores o haber sido débiles.

Y, sin embargo, entre Ellos y nosotros hay una diferencia mucho mayor que entre el educador común y su alumno. Cuando el profesor haya aprendido a reconocer que sus quehaceres lo consagran al servicio de la nación, del mismo modo que el Maestro se ha consagrado al servicio de la humanidad, entonces se convertirá en parte del gran Departamento de Instrucción del mundo, al cual pertenece mi muy amado Maestro; Departamento del cual el Augusto Jefe es el Supremo Instructor de los Dioses y de los hombres.

Se me podrá acaso objetar que no todos los muchachos pueden ser dirigidos de tal modo. A esto responderé que tales muchachos habrían ya sido precedentemente estropeados por un mal tratamiento. Y, aun cuando así fuese, ellos deberán ser mejorados poco a poco utilizando mayor paciencia y un constante amor. Tal método ha demostrado ya haber dado buen resultado todas las veces que ha sido utilizado.

Viviendo en esta atmósfera de amor durante las horas de escuela, el muchacho logrará ser, en su familia, mejor hijo, mejor hermano, y aportará un sentimiento de vida y de vigor en lugar de depresión y cansancio, como generalmente ocurre ahora. Cuando, a su vez, se convierta en cabeza de familia, la colmará de aquel mismo amor en el que fue educado y así la felicidad andará esparciéndose y creciendo de generación en generación.

Cuando tal muchacho se convierta en padre no considerará a su propio hijo, como tantos lo hacen hoy día, desde un punto de vista puramente egoísta, como si se tratase de un simple objeto de propiedad; como si el hijo no existiese sino para el provecho del padre. Algunos padres parecen considerar a sus propios hijos simplemente como un medio para acrecentar la prosperidad y la reputación de la familia; bien por medio de la profesión que puedan abrazar, bien por medio de los matrimonios que puedan combinar sin siquiera tener en cuenta los deseos de los mismos jóvenes.

El padre sabio consultará a su hijo como a un amigo, y hará todo por descubrir sus deseos, y con su mayor experiencia le ayudará a realizarlos sabiamente, teniendo siempre presente que el hijo es un «ego» venido al padre para que, ayudando al hijo en su progreso, pueda el padre mismo crearse un buen karma. El padre no olvidará jamás que, por muy joven que pueda ser el cuerpo de su hijo, el alma interior es tan vieja como la suya, y debe ser tratada, por tanto, con respeto y con afecto. Tanto en casa como en la escuela el amor se hará visible como es lógico a través de pequeños gestos serviciales y éstos formarán una costumbre, de la que surgirán las más grandes y heroicas actuaciones de servicio que configuran la grandeza de una nación.


A los pies del Maestro por Krishnamurti

VÍA TRABAJADORES DE LA LUZ

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