miércoles, 28 de marzo de 2012

EL PRÓJIMO NO ES UN ARTEFACTO...♥





Marisa, una contadora de 37 años, cortó hace un año con su pareja y, desde entonces, no volvió a una relación estable.“No encuentro a un hombre que me sirva, a todos les falta algo”, dice con cierta decepción. Alberto, dueño de una inmobiliaria, atraviesa una crisis matrimonial. Su esposa, con la que se casó hace seis años, retomó sus estudios y además trabaja. El se queja: “Le dije que así, no me sirve, debemos volver a nuestro estilo anterior”. Karina y Daniel tienen un bebé de ocho meses, su primer hijo. Desde que el chico nació, la vida de la pareja cambió drásticamente, duermen poco, se sienten demandados, tienen escaso espacio para ellos y para sus actividades personales. Casi con un dejo de culpa en la voz, dicen: “Tener un hijo de este modo no sirve”. Mónica pasa por una crisis a los 28 años, no le gusta su trabajo, está sin pareja, no sabe qué quiere hacer. No lo habla con nadie, a pesar de que tiene muchas amigas con las que, juntas, han hecho una gran cantidad de cosas. “No quiero abrumarlas con mis problemas, porque temo que una amiga como yo no les serviría”, confiesa con los ojos llorosos.
Con excepción de los nombres, estos casos son reales. He sido testigo de las situaciones y destinatario de las palabras. No son episodios ni aislados ni raros. Sí alegóricos. Pueden registrarse como síntomas de cierta característica que, de un modo creciente, afecta a los vínculos humanos en nuestros tiempos. Es llamativa la frecuencia con que aparece la palabraservir, referida a la otra persona. Me sirve. No me sirve. ¿Me servirá? ¿Me serviría? Me dejó de servir. Si tomáramos sólo la banda de sonido de muchas situaciones humanas, parecería que las personas están hablando de artefactos, de herramientas, de electrodomésticos, y no de otras personas, de individuos como ellos, de semejantes, de prójimos.
En una sociedad en la que el individualismo se ha convertido en epidemia, en donde las personas se miden, cada vez más, por lo que tienen y por lo que hacen antes que por lo que son, el registro del otro se va desenfocando hasta perderse. Para poder valorar a otra persona por lo que es, se necesita tiempo. Tiempo para conocerla, para registrar sus diferencias respecto de nosotros, sus sentimientos, sus pensamientos. Un vínculo de cualquier tipo (pareja, amistad, paternidad, familiaridad, etc.) requiere tiempo y presencia. La otra persona es siempre un territorio virgen que se abre ante nosotros para ser explorado.
Si estamos enfocados de un modo excluyente en nuestros objetivos personales e individuales (económicos, profesionales, políticos, deportivos, sociales), no dispondremos de ese tiempo y esa presencia. Como en los locales de comida rápida, necesitaremos que el otro llegue a nosotros “listo” y que se adecue inmediatamente a nuestras necesidades. Lo empezaremos a percibir como un medio, como un fin. Y este es el corazón de la cuestión.
En los vínculos humanos el otro debe ser siempre un fin, nunca medio. No está para servirnos, sino para construir juntos una relación, la que fuere. Ya en el siglo dieciocho el filósofo alemán Emanuel Kant había postulado que tomar al otro como fin debía ser una de las máximas que guiaran la vida y las acciones humanas. Eso es válido hoy. Y necesario. Y urgente. Sobre todo en una época en la que tendemos a considerar a nuestros semejantes como sospechosos, peligrosos, como obstáculos en nuestro camino (¿hacia dónde?) o, según vemos a menudo en la política, en la economía, en los negocios, en el deporte, en la ciencia, y hasta en las relaciones amorosas, como un simple medio para un fin.
Podríamos comenzar, y quizá eso nos ayude a vivir vínculos más trascendentes, por quitar la palabra servir cuando hablamos de personas. O cambiar su contenido. No es lo mismo ponernos al servicio del otro tomado como fin, que pretender que el otro nos sirva como un medio. Esa simple diferencia puede mejorar mucho nuestras vidas.


Sergio Sinay.





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